Cuando quieres algo mucho mucho mucho, o más bien cuando lo has deseado durante muchísimo tiempo, corres el riesgo de que cuando por fin lo tienes, no provoque en ti la reacción que habías esperado. 
Las altas expectativas muchas veces pueden traer disgustos. No nos entendáis mal, somos las personas más idealistas del mundo, nos encanta imaginar y por supuesto soñar, pero a veces, creemos que no viene mal tener una pequeña dosis de realismo.
Hace poco hablábamos con una novia un par de meses después de su boda, y nos contaba que su boda no le provocó un ¡Guau! en toda regla. Ella, como muchas de nosotras, había soñado muchísimo tiempo con ese día, casi desde que tenía uso de razón, sin embargo, pensarlo no es lo mismo que vivirlo.

En tus sueños o en tu imaginación no está la posibilidad de que llueva, de que los tacones te hagan daño, de que una determinada persona no pueda ir, de que los platos no salgan con el ritmo que deberían, ni de lo más habitual, de que estés agotada durante todo el día de hacer esfuerzos sobrehumanos por asegurarte de que todo sale perfecto.

Error, olvídalo. Puede que pasen cosas, y de hecho pasarán, pero al final, incluso con la lluvia, con los errores de los camareros, con los centros mal colocados, los fallos de la música o de la iluminación, incluso sin maquillaje y despeinada, la realidad será la misma que llevas soñando desde que eras pequeña. 

Piénsalo, y que no se te olvide. 


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