Los que nos leéis a menudo sabéis que a veces se cuela por aquí el papá de Nicolás y nos cuenta su vida como recién casado, (merece la pena leer este post) Ahora la etiqueta de recién casada ya se le queda corta, ahora es un padre primerizo (un super padre primerizo) y hoy, sus reflexiones como papá.

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«Cuando seas padre, comerás huevos»

Cuando seas padre, comerás huevos. ¿Cuántas veces hemos oído eso en nuestras casas? En mi caso lo escuchaba todos los domingos, veía a mi padre desayunar huevos fritos, lo miraba con la baba de un niño de 8 años, sin entender lo que significaba, sin entender, que comer huevos sería algo más que un privilegio, sería una responsabilidad.

Desde que soy Padre (mañana hará un año y 3 meses) intento desayunar huevos cada domingo, y siempre que lo hago recuerdo esa escena de la estatua del niño mirando al padre resignado, con un tazón de cereales y un bigote marrón, provocado por un gran “cachi” de colacao, que luego cambiaría por calimocho, pero eso es otra historia.  Me acuerdo de lo que sentía y lo comparo con lo que siento. Miro de reojo al “general” (mote actual de Nicolás) que aún no quiere huevos, pero que ya me mira desde el suelo con morro torcido y su espada índice apuntando a mi plato.

¿Qué pensará “el general”? Que pesará de su padre cuando vaya teniendo consciencia, cuando vaya viendo que se va haciendo un hombre, que la vida será un camino duro para conseguir ser alguien, que pensará cuando se entere que lo difícil es hacer las cosas bien…

Mientras “mojo” el pan tostado en la yema, pienso si me merezco o no ese premio en forma de desayuno, si realmente estoy haciendo las cosas bien, si podré enseñar a mi hijo a que sea dueño de su destino, que trate bien a la gente, que cuide a su madre, que piense en los demás, que nunca se crea más que nadie… que sea la mejor versión de sí mismo.

Ahora “el general” corretea por toda la casa, está descubriendo todo por su propio pie, parece un aventurero con su mochila cruzando puentes en forma de cojines o esquivando piedras de Playmobil, mira con ojos saltones cada cosa que se cruza por su camino y pienso, cuándo perdimos nosotros esa inocencia y esa capacidad de sorprendernos por todo lo que nos rodea. En qué momento dejamos de valorar las cosas sencillas, en que momento decidimos complicarnos la vida.

“Muchas personas sueñan con un mágico jardín de rosas, en lugar de disfrutar de las rosas que crecen en su jardín, es trágico” El monje que vendió su ferrari.

Cuando voy detrás del “general” me doy cuenta de que si no tienes cuidado, corres el riesgo de sobreproteger a tu hijo, evitarle golpes, caídas, sufrimientos. O lo que es peor, corres el riesgo de intentar que no cometa tus errores, de intentar que supla tus carencias…

He aprendido de muchos hombres en mi vida, de hombres muy grandes, de héroes que lucharon cada día por su familia, de hombres que guardaban las piedras de su camino en su mochila, sin decírselo a nadie, con una sonrisa y un consejo para cada momento. Hombres a los que admiro con todas mis fuerzas, y que ahora miro con la baba de un padre primerizo que no entiende, por qué no puede él desayunar ese plato de sabiduría y respeto.

Hoy no es su día, “general”, pero algún día lo será, y cuando lo sea comerá huevos, y se preguntará si se los merece o no. Algún día sabrá lo que le quise, y entenderá mis errores, entenderá que hice lo que pude por ser un referente para usted, entenderá que ser padre no es fácil, y entonces se acordará de sus abuelos, y de todos los padres del mundo que comen huevos, porque sabrá que lo difícil es hacer las cosas bien.